"Las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio"
Juan Carlos Onetti.

domingo, enero 08, 2006

#1 (parte III)


Graciela, entendiendo poco y nada, se comenzó a desesperar. Encendió un cigarrillo y caminaba sin parar por toda la cocina pensando en la única parte del plan que no había ideado: cómo acomodar el cuerpo de su marido para que todo resultara como ella quería, sin que el cadáver ni ninguna de sus pertenencias quedaran con sus huellas o con sangre. Se fumó tres cigarrillos, sin arrepentimiento alguno de lo que había hecho. Es más, sonreía satisfecha. Lo único malo era que su mente no podía pensar con claridad en ese momento. Hasta que, de un instante para otro, recordó ese par de guantes de cocina que la mucama había comprado en la semana para no arruinarse las manos, ya que el fin de semana siguiente tendría una fiesta. Estaban en el cuarto de servicio.
Con cautela, se acercó y abrió la puerta con la cadera. Procurando no tocar nada, tomó los guantes de goma y se los puso. Rápidamente fue adonde se encontraba su marido y dio gracias a Dios de que la herida que había causado la bala apenas había sangrado sin haber ensuciado el suelo todavía.
Tomó el cuerpo y lo colocó en el pasillo, frente a la puerta de la habitación de la mucama y al lado de la del dormitorio.
Luego tomó el arma e, intentando no hacer ruido, la colocó en la cartera de la sirvienta, la cual había olvidado en la semana.
Ya más tranquila, Graciela corroboró que la puerta tuviera llave y se fumó un cigarrillo en el balcón, mirando el cielo azul y estrellado de aquella noche macabra. "Una noche ideal para salir a cenar con tu marido", pensó irónicamente riendo como una loca.
Cuando terminó el cigarrillo, se metió el filtro en el bolsillo, recordó que tenía puestos los guantes y se los sacó. Fue la segunda vez, aquella noche, que rió como una loca. También se metió los guantes en el bolsillo de aquel saco largo.
Volvió a entrar en la cocina. Tomó su cartera y hurgó en ella en busca de su celular. Todavía estaba conectado con el de su marido. Cortó, volvió a guardar el celular, tomó sus llaves y abandonó el lugar.
Caminó hasta un baldío a unas tres cuadras de su casa, donde paraban usualmente unos vagabundos y se acercó a ellos. Había tres hombres y una mujer, cubiertos con una frazada alrededor de una fogata y todos borrachos. A pesar de ser 23 de diciembre (a unos minutos de ser 24), hacía mucho frío. Les pidió si por favor podía echar una cosa a la fogata, que les daría cinco pesos a cada uno si accedían. Aceptando la oferta y creyendo que la mujer estaba loca, los mendigos la dejaron acercarse. Graciela tiró los guantes y la bufanda a la gran fogata que comenzó a echar humo negro con olor a goma quemada. Los vagabundos comenzaron a quejarse por el olor, pero se callaron cuando la mujer les dio el dinero.
Tomó el primer taxi hasta el aeropuerto, donde ya tenía reservado un pasaje a Córdoba. Tomó el avión de la 1.40, donde durmió tranquila y realizada.

A la mañana siguiente, 24 de diciembre de 2001, muy temprano (más o menos las 4 o 4.30 de la mañana) la mucama, Jazmín, de unos 40 años, abrió la puerta de la casa de Graciela. Había quedado con ella, hacía una semana, que la mañana temprano del día de Noche Buena limpiaría y ordenaría la casa, ya que esa noche los suegros irían a cenar.
Jazmín tenía la llave de la casa, por si en alguna circunstancia debía ir en ausencia de los patrones.
Entró, colgó su campera en el perchero y suspiró. Estaba realmente harta de ese trabajo, y más ese día, el cual quería pasar junto a su familia a la noche y levantarse tarde a la mañana. Pensó que limpiar toda la casa le llevaría toda la mañana y casi la mitad de la tarde y se sentó en uno de los sillones. Algún día la patrona pagaría por todo lo que la obligaba a hacer como si fuese su esclava. Puso la pava para un té y se propuso ir a buscar las cosas para comenzar a limpiar.
Arrastrando los pies, se dirigió al pasillo que comunicaba con la habitación de servicio.
No podía creer lo que veía. El cuerpo del Sr. Javier estaba tirado en el suelo, con una herida de bala en la frente, todavía fresca. Pegó un grito tan fuerte que le dio dolor de cabeza. Estaba desesperada. Se preguntaba qué hacer y pedía auxilio a los gritos. Entró corriendo en la habitación de servicio y se asomó a la ventana para respirar aire puro y acomodar sus ideas. ¿Qué tenía que hacer? ¿Pedir ayuda? ¿Gritar? ¿Correr? Sentía que los pulmones le explotarían en cualquier momento, ya que el aire que ingresaba a su cuerpo era mínimo.
Tomó su cartera del suelo, sin darse cuenta de que la había olvidado hacía una semana ahí, salió de la habitación, agarró su campera y salió de la casa corriendo, dejando el agua en el fuego. Corrió directamente a su casa donde llamó a la policía y avisó de su hallazgo.

1 comentario:

Beatle CoTiSH dijo...

Waaaaa... ke locura!!!... pero esta muy copada la historia!!1... termina ahi?... ya me imagine y todo para una pelicula... Es uno de mis sueños... plasmar algun libro ke haya leido en una pelicula...
Graxias por el saludo, y cuando kieras ya te dije lo del blog ;)
Un beso =)