"Las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio"
Juan Carlos Onetti.

viernes, enero 06, 2006

#1 (parte II)


El tercer día Javier volvió a la casa aproximadamente a las 18.00, todo sucio, con ojeras y aliento a alcohol, con la misma ropa que llevaba cuando Graciela lo encontró con aquella mujer. Pidió hablar con su esposa después de tomarse un baño caliente. Graciela accedió de buena manera, con una sonrisa de locura; quería escuchar qué tenía para decirle. A las 18.30 Javier salió de bañarse. Había un ambiente muy tenso. Ella lloraba sin parar, él estaba callado. Se sentaron en la cocina y comenzaron a charlar. Graciela le dijo que quería saber todo, que a lo mejor, si le decía toda la verdad y si realmente estaba arrepentido, ella lo perdonaría. Javier levantó la vista y descubrió que no podía mirarla a los ojos.
Comenzó con su aventura. A Romina, su amante, la había conocido en septiembre y lo había dejado loco desde el primer día que la había visto en la oficina. Era el tipo de mujer que él siempre había soñado y estaba interesado en ella, tanto como ella en él. Romina tenía 20 años y era una rubia impactante, pero le dijo que esas cosas no lo hacían amarla. La relación con su amante, según su relato, era interesante porque era algo prohibido y lo prohibido, para él, era excitante. Cada palabra que su marido le decía, aumentaba mas su odio; es más, en ese momento lo despreciaba.
Tenía ganas de golpearlo en ese instante y así sacar su ira desde lo mas profundo, pero decidió escuchar. Dejó que él terminara de hablar.
Ambos lloraban en silencio. Ella lo hizo recapacitar diciéndole que había arruinado la vida de muchas personas: la de ella, la de sus hijos y hasta quizás la de Romina, ya que ella podía no saber que él estaba casado.
Él le pidió por favor, entre llantos desconsolados, una segunda oportunidad, que era capaz, por ella, de dejar el trabajo, a Romina y todo lo que tenía. Le propuso mudarse bien lejos y empezar una nueva vida. Todo en sus ojos parecía verdad y Graciela dudó un momento si debía terminar todo ahí o darle una segunda oportunidad. Pero la imagen de aquella noche en la oficina le vino a la mente inmediatamente y le hizo borrar ese pensamiento de bondad y recobrar el macabro y vengativo.
Graciela le sonrió y le dijo que la esperase, que realmente lo tenía que pensar bien; pero con esa sonrisa, según pensaba Javier, estaba todo dicho. Le pidió que la disculpara, pero tenía que ir al baño. Le prometió que cuando volviera le diría su respuesta.
Pasaron cinco minutos. Ella buscaba desesperada el arma en el cajón de la mesita de luz y cuando la encontró, la miró sin pestañar por unos minutos. Se preguntaba si realmente era necesario matarlo, si echándolo de la casa y cambiando la cerradura alcanzaba. Es más, si se divorciaban ella tendría la tenencia de los chicos y con sus conocimientos sobre el tema se encargaría de quedarse con todas sus pertenencias. Pero más allá de todo eso, ella nunca le perdonaría lo que había hecho a sus espaldas, porque si él se lo hubiese planteado desde el principio ella se hubiese abierto, no sin dolor y sentimiento de venganza. Hasta cabía la posibilidad del perdón. Le repugnaba la idea de haber compartido a su marido con otra mujer. Se sentía una idiota. Cuanto más pensaba en todo lo había estado sucediendo a escondidas el último tiempo, más odio la invadía y más ideas desagradables y funestas se le ocurrían. Se mordió con tal fuerza el labio inferior que empezó a sangrar; decidida, Graciela tomó el arma envuelta en una bufanda para ocultar las huellas digitales.
Cuando llegó a la cocina Javier, estaba con la cabeza entre los brazos llorando. Se escondió detrás de la puerta y recogió del bolsillo de la campera de su marido, colgada en el perchero del pasillo, su celular. Llamó al de ella, que estaba en modo silencioso en su mano, atendió y lo dejó prendido. Único testigo.
Javier no escuchó entrar a Graciela. Su mujer estaba parada en la puerta, frente a su marido, con las piernas abiertas y los brazos estirados, ambos sosteniendo el arma envuelta en aquella bufanda blanca, con el dedo índice en el gatillo. Ella comenzó a llorar en silencio. El cuerpo le temblaba, principalmente los brazos y las manos. Su mente estaba en blanco, era mejor no pensar. Respiró con fuerza. Su marido la escuchó y levantó la mirada. Le preguntó si había pensado en su relación, sin hacer hincapié en su mujer, tuvo la mirada perdida por segundos hasta que se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Le preguntó si le pasaba algo, si se sentía bien, hasta que distinguió que debajo de esa prenda blanca había un arma. Javier, muy nervioso y temblando, le dijo que dejara eso, que no era un juego, que ya le había pedido perdón y estaba dispuesto a cambiar por completo. Se intentó acercar, pero ella lo detuvo diciéndole que si se acercaba, disparaba. Él se quedó duro frente a su mujer que, al mirarlo a los ojos por primera vez después de lo sucedido, lo único que sintió fue odio, aborrecimiento, rencor, desilusión, repugnancia, hostilidad, desprecio, abominación y todas las cosas malas que existen sobre la Tierra.
Contó hasta tres... uno... dos... tres... ¡Bum! Apretó el gatillo sin dudarlo. Gracias a la bufanda, la bala al salir no hizo ruido, muy bien pensado de su parte. El tiro pegó directamente en el centro de su frente, casi entre sus ojos. Atravesó el cerebro y quedó en el cráneo. Inmediatamente, el cuerpo sin vida de Javier cayó al suelo lentamente.

2 comentarios:

Beatle CoTiSH dijo...

Mmmmm... pues no creo ke yo lo hubiera matado... mas bien me hubiera separado de el y me hubiera ido lejos... keseyo... hjasta escalofrios me dio...

Y para ke keres cambiar tus palabras... a mi me encanta como escribis... Yo no se ke mierda meter en mi blog =P

Beatle CoTiSH dijo...

cuando kieras te digo como se hace... es medio embolado pero no hay problema ;) me podes mandar un mail a: cotimillenium@hotmail.com y pedirme ke es lo ke necesitas