Cuando estés entre la espada y la pared...
¡Bailá!
Y relajate.
Dejate llevar por el ritmo de la música (preferentemente una canción que te guste mucho con percusión, trompetas y cantos alocados), soltá tu cuerpo, tus brazos, tus piernas, tu cadera. Saltá, gritá. Cantá a los gritos -o bien bajito-. Sin razón y con todo el corazón.
Así con la música llenándote de alegría, moviéndote con el alma a flor de piel, con los dedos estirando energía al mundo, olvidándote de quién sos... las penitas se van bailando.
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