Me invitaste a hacerte compañía en la cama por doce minutos. Nos recorrimos el cuerpo, como si fuese la última vez que nos íbamos a acariciar la espalda, las piernas, la cola. Cada tanto pude reconocerme cuando te miraba directo a los ojos y disfrutaba de la sonrisa que se te dibujaba cuando te hacían gracia mis muecas. Sólo eran 12 minutos. Ese sabor que sentíamos en la boca haciía explotar hasta los más recónditos sentimentos de pasión; era el sabor de lo prohibido, de lo que no-se-sabe-si-está-bien. De saber que mis papás estaban en la habitación de al lado, descansando, pensando en las cuentas que había que pagar, en la comida de mañana, en la visita a la tía que está enferma. Y nosotros, besándonos. Lengua sobre lengua, las cosquillas de la panza y estremecerme con tu mano en cada espacio de mi cuerpo que en pleno momento descubrí que reaccionaría así.
Y pensar que sólo fueron doce minutos de sentir tu sexo sobre el mío, del cíclope de nuestros ojos. El reloj marcaba que habían pasado 3 horas. No fueron 12 minutos, sino que 180. 180 minutos, que solo parecieron 12 segundos.
05-11-09
3 comentarios:
nooooo♥ te zarpaste
muy lindas palabras ^^
besoo
"El tiempo realmente no avanzaba, fascinado en contemplarles, no tenía tiempo para ello."
El tacto y el tiempo, (de "Ene", de Jorge Carrión)
Publicar un comentario