"Las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio"
Juan Carlos Onetti.

martes, abril 11, 2006

#5


Y matarme contigo si te matas,
y morirme contigo si te mueres.
Porque el amor cuando no muere, mata.
Porque amores que matan nunca mueren.
Joaquín Sabina


Cada vez llovía más fuerte. Cuando ella miraba por la ventana sentía que el mundo se vendría abajo, con el ilusorio pensamiento de que el cielo caería en cualquier momento.
Recostada en la cama de ese viejo hotel, esperaba. Esperaba que él fuera a buscarla y tuviera muchas cosas para decirle. Ella tenía los oídos preparados y los ojos húmedos de tanto llorar.
Por alguna grieta de la pared, a su espalda, le llegaba la melodía de un violín. Era la canción más triste que había escuchado en el momento más triste de su vida. Imposible olvidarla. Deseaba con toda su alma tener su violín allí y acompañar a ese fantasma. Y llorar.
Ya eran las 9.30 y estaba entrada la noche. Las sábanas estaban húmedas y la almohada, dura. Las comodidades de ese hotel no eran las mejores, pero por alguna razón él la había citado allí después de tanto tiempo.
Miraba, distraída, un cuadro en la pared opuesta a la cama. En él, una mujer anciana estaba sentada junto a un gran ventanal, envuelta en un gran vestido blanco, mirando, esperando por algo. O por alguien.
El violín sonaba, irradiaba tristeza. Una fuerte correntada de viento azotó las ventanas haciéndolas temblar. Por alguna hendija entraba frío.
Se abrazó los hombros con las manos y llevó sus rodillas a su pecho. Hacía ya mucho tiempo que estaba esperando, pero no se iba a dar por vencida. Era su oportunidad de explicar todo.
Cambió su mirada de lugar, la dirigió al techo vacío manchado de humedad. Sumergida en sus pensamientos y con la mirada perdida, no sintió los pasos acercarse por el pasillo. Una gota proveniente del techo la hizo reaccionar.
Su corazón galopaba en su pecho como cien caballos. Tragó y sintió más frío que nunca. Se sentó en la cama y se agarró la cabeza con ambas manos, temblaba.
No se sentía preparada para verlo. No sabía por qué había aceptado tal invitación. De repente, su mundo se derrumbó. El triste violín dejó de tocar, el viento dejó de soplar, pero la lluvia aumentó su furia.
Alguien tocó la puerta.
Inspiró con fuerza y se puso de pie para abrir. Al hacerlo, lo encontró allí, quince años después. Ya no recordaba con tanto detalle su cabello ni su postura, pero nunca había podido olvidar sus ojos, esos ojos en los que se veía reflejada cada vez que sonreía para él.
Ambos, paralizados, suspiraron. ¿Qué decir en ese momento? Las cosas habían cambiado… ellos habían cambiado.
-Permiso- le dijo.
Ella se corrió hacia un costado para dejarlo pasar y así cerrar la puerta, acompañándola lentamente.
Él caminó hasta el extremo de la cama que miraba hacia la ventana y se sentó.
-Cuánto tiempo sin vernos, ¿verdad?
Sin poder decir una palabra, ella se sentó a sus espaldas, mirando hacia la puerta.
-¿Para qué me citaste acá?- preguntó finalmente.
-Siempre igual vos. Directa.
-No ando de humor para dar vueltas. ¿Qué querés?
-¿Querer? Yo no quiero nada. ¿Qué más puedo pedir después de tanto tiempo? ¿Qué más puedo pedirte a vos?
-Vos también siempre igual. Irónico.
-Cómo nos conocemos… Y de todas formas nunca llegamos a entendernos.
-¿No llegamos a entendernos?
-No. Nunca lo hicimos.
-¿Por qué decís eso? Cada vez que vos llegabas y me contabas de tus problemas con tu papá y llorabas por la muerte de tu mamá, yo estaba ahí con el hombro mojado.
-No necesitaba un hombro. Te necesitaba a vos.
-¿Por qué decís eso? Si aquella vez que tu papá te echó de tu casa te abrí las puertas de la mía sin pensarlo dos veces.
-No necesitaba tu casa. Necesitaba que vos fueras mi casa.
-¡Siempre reprochándome las cosas! Si yo te daba algo, vos me exigías el doble. ¿Qué es lo que pretendés?
-¿Pretender? ¡¿Pretender?! Si los dos sabemos bien que la pretenciosa sos vos.
-¿Yo?
-Vos, que pretendías tener los hombros mojados para que yo los tuviera para vos cada vez que los necesitaras.
-¿Yo?
-Vos, que pretendías abrirme la puerta de tu casa para que yo, después de todo, me abriera hacia vos.
-¿Yo?
-Sí, vos.
-Pero…
Él se dio vuelta para mirar su espalda, esperando una respuesta.
-¿Pero?
Ella respiró, enojada.
-Sabés bien que no tenés nada para decirme.
Harta, se dio vuelta. Furiosa.
-¡Callate la boca! ¡Yo! ¿Que no tengo nada para decirte?
Él bajó la mirada, evitando la de ella.
-Tengo millones de cosas para decirte. Millones de cosas que contradecirte. ¡Que yo esperaba que te abrieras a mí!
-¿Me equivoco?
-Pero… por supuesto que quería que te abrieras a mí. Había veces que parecíamos extraños sentados a la misma mesa.
-Es que…
-¿Qué? Ahora sos vos el que no sabe qué decirme.
Él levantó la mirada. Sus grandes ojos azules se encontraron con los de ella.
-Yo… yo me abrí completamente a vos. Y… y me sentí una idiota por haberlo hecho. ¿Era necesario que te contara lo que te conté? ¿Era necesario que supieras de mí más que yo misma? ¡La misma estúpida de siempre!
-Pero…
-Sí, la misma estúpida de siempre. Confianza. El mundo inspira confianza en mí, sólo para desilusionarme algún día…- dijo frunciendo los labios, con los ojos llenos de lágrimas.
-¿Yo te desilusioné?
-¿Quién más?
-Hice las diez mil maravillas para vos. Hice las diez mil maniobras para estar con vos.
-¡Y yo también! Eras el único que podía evitar que matara a mi tío.
-Eras la única que podía evitar que matara a mi papá.
-Eras el único que podía sacarme una sonrisa.
-Esas sonrisas que tanto me gustaban.
-Eras el único que podía hacerme brillar encandilándome con tus ojos azules.
-Eras la única que hacías brillar mis ojos.
-Eras el único que escuchaba lo que decía.
-Eras mi otro yo.
-Eras… yo.
-Eras… todo.
-¿Todo?
-Todo.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-Si era todo, ¿qué pasó?
-¡¿Qué pasó?! Si vos sos la menos indicada para decírmelo.
-¿Me estás echando la culpa de algo?
-¡¿De algo?! De todo. ¿No te digo que eras mi todo?
-Vos también eras mi todo.
-Eras la única que sacaba una lágrima de mi fría cara.
-Eras el único que calentaba mi cama.
-Eras la única que me llenaba la cabeza de recuerdos.
-Eras el único que me hacía recordar.
-Eras la única con la que peleaba.
-Eras el único que me hacía gritar.
-Eras la única que me hacía llorar desesperadamente sin saber si te volvería a ver.
-Eras el único por el cual odié.
-Eras la peor persona del planeta.
-Te odio.
Él cerró su puño sobre la húmeda sábana.
-Te aborrezco.
-¿Me aborrecés?
-Sí. Cada día que despierto deseo no haberte conocido nunca, y cada noche, antes de dormirme, deseo que vuelva el tiempo atrás y te borre de mi historia.
-Cada día, le pido a Dios que te borre de mi cabeza.
-¿Dios? ¿Después de todo creés en… Dios?
Ella cerró los ojos y suspiró lentamente.
-Realmente, no lo sé. No sé a qué aferrarme. Si cada vez que oro por nosotros, oro en vano. Si cada vez que oré por nosotros, oré en vano. ¡Pero no puedo negar que Dios estuvo en cada momento feliz de nuestras vidas juntos!
-¿Estuvo?
-Creo que sí.
-No lo dudes si realmente crees.
-No va al caso. Sólo quería decirte que mi deseo más profundo es olvidarte.
-¿Cómo olvidar lo que pasó?
-Imposible.
-¿Cómo olvidar lo nuestro?
-Imposible.
-¿Cómo olvidar aquel verano?
-Imposible.
-¿Cómo olvidar aquel invierno?
-Imposible.
-¿Cómo olvidar lo que vivimos en la playa?
-Imposible de olvidar. Imposible olvidar que fuiste el único chico en el planeta que me motivaba a seguir adelante con mi vida.
-Y vos con la mía.
-Sería imposible olvidar aquella tarde, cuando tu papá había salido y estuvimos solos en el cuarto.
-Nuestra primera vez…
-Qué tontos.
-¿Tontos?
-Sí.
Ambos bajaron la mirada.
-¿Me vas a decir que no fue el momento más romántico de tu vida?
-Fue el momento más hermoso de mi vida. Sentir tu cuerpo fue el mejor regalo de cumpleaños que alguien me haya podido dar.
-¡Cierto, era el día de tu cumpleaños!
-Y el aniversario de un año y medio de la muerte de mi mamá.
-Todavía me acuerdo de tu perfume. Cómo amaba ese perfume.
Él le tomó la mano.
-Me acuerdo de que una vez te robé el perfume para perfumar mi almohada.
-Yo hice lo mismo.
-Te amé.
-Te amé. Más que a mi vida.
-Más que al mundo.
-¿Y?
-¿Y qué?
-Y… ¿en qué quedó todo eso?
-Quedó en la nada. La magia de nuestro amor desapareció.
-No de repente.
-Al pasar el tiempo.
-Fui tan estúpida en entregarme completamente a vos.
-Fui tan idiota en entregar mi corazón tan abiertamente a vos.
-Unos idiotas.
-Unos estúpidos.
-¿Era necesario esto?
-Lo necesitaba realmente.
-¿Necesitar? ¡Siempre igual! Viniste para reprocharme todo y que yo te escuchara. Necesitás una situación para sentirte completo, pero no a mí.
-¡Cómo no! Sin vos esto no me completaría.
-¿Y yo qué? Sabías muy bien que vendría.
-Realmente lo dudé.
-¿Lo dudaste?
-Sí.
-¿Por qué llegaste tarde?
-Quería asegurarme de no esperar.
-Cada día me sorprendo más de mí misma. Y en este momento me siento la misma idiota de hace quince años.
-Hace quince años…
-¿Tanto tiempo pasó?
-Muchísimo.
-¿Te casaste?
-Sí.
-¿Cómo se llama?
-Verónica.
-Ah.
Ambos se quedaron en silencio.
-¿Y vos?
-Estoy divorciada.
-¿Cómo se llamaba?
-Hernán.
-¿Qué pasó?
-Las cosas simplemente no funcionaron.
-¿No funcionaron para vos o para él?
-Para mí… creo.
-Siempre tan individualista.
Suspiró para darle a entender que no respondería a esa ofensa.
-¿Tenés hijos?
-Mi mujer está embarazada. ¿Vos?
-No.
-¿Querés tenerlos?
-¿Es una propuesta?
-No, no, no. Sólo preguntaba…
-Está bien.
-¿Y si no lo hubiese sido?
-¿Qué cosa?
-Digo, si realmente hubiese sido una propuesta, ¿qué hubieses contestado?
-Me das vuelta las cosas con tanta facilidad…
-Siempre fue así.
-Ya sé, no me sorprendés.
Los dos se quedaron en silencio, otra vez. Este duró el doble del anterior y fue el cuádruple de incómodo. Fue ella quien, finalmente, lo rompió:
-Ahora… lo que no entiendo, ¿por qué acá?
-Sabía que lo preguntarías. Me extraña, que vos viviendo en esta ciudad, no sepas dónde estamos.
-¿En un hotel barato?
-No. En nuestra plaza.
-¿Nuestra plaza?
-Sí, donde nos conocimos, ¿te acordás?
Una sonrisa se dibujó en su cara, una de ésas que tanto le gustaban al joven.
-Sí, me acuerdo.
-Encima de ella construyeron este hotel, por eso me pareció lindo invitarte acá.
-Está bien… pero ¿qué hacemos acá?- preguntó ella volteándose otra vez.
-¿Qué hacemos acá? Buena pregunta. Creo que ni yo lo sé…- dijo dubitativo.
-Sé que tenés algo para decirme.
-¿Lo sabés?
-Más que nadie.
Tomó fuerzas, apretó los dientes.
-La magia nunca se acabó.
-¿Qué me estás diciendo?
-Eso. Que la razón por la que estamos acá es porque la magia no se acabó.
-Vos mismo me lo acabás de decir. Lo nuestro no funcionó porque la magia se había acabado.
-¿Se acabó?
-Me estás volviendo loca.
-¿Loca?
-Loca, sí. Me das vuelta las cosas todo el tiempo. Creo que una de las razones por las que no seguimos fue por eso. No aguantaba tus indecisiones.
-No te doy vuelta las cosas… Bueno, sí, tal vez un poco…- dijo al ver la cara de poco entendimiento de la joven – Bueno, sí. Ya está. No hay un solo día que no piense en vos. No hay un día que no mire tu foto. No hay un solo día que no me arrepienta de lo que hice quince años atrás. ¡Me vuelve loco tu sonrisa! Ésa que no voy a poder olvidar nunca, como ya te dije. Te amo, y cada vez te amo más y más. Y sin saber por qué, aunque pasó tanto tiempo, el sentimiento sigue igual… Pasé los últimos siete meses buscándote. Sabía que escribías para el diario de la zona y cada día entraba en Internet a leer tu columna de opinión. Sabía que no te habías ido de la ciudad, lo sabía bien… Nunca podrías irte. También me imaginé que tampoco habías cambiado tu dirección. Pude averiguar, mediante unos amigos, que tu tío murió pocos años después de que yo dejé la ciudad, pero vos te quedaste en la casa; que te casaste. Y sé que tenés un hijo… Pero no me importó nada más, vine hasta acá. Viajé miles de kilómetros y te encontré, pero… no soporté encontrarte en la plaza, hace una semana, con ese vagabundo. Sé bien que no estás divorciada. Sé que sos feliz. Lo sé muy bien. Y no aguanto. No aguanto saber que vos sos feliz sin mí. ¡No podés! Soy lo que falta en tu vida, ambos lo sabemos…
-¡Basta!- gritó ella. Abrió los ojos sobresaltada, apretó muy fuerte los labios y le pegó una cachetada.
Él se tomó la mejilla y con sus labios temblando por la furia le devolvió el golpe.
Ella, dura, con la mano en la mejilla, imitando al joven, comenzó a llorar.
-Las cosas cambiaron. Ya no soy inmune a tus golpes. Ya no soy inmune a tus palabras. ¡Puedo enfrentarte!
-¡¡Enfrentarme!! Es lo menos que me esperaba de vos.
-Ya no soy el mismo tonto de antes.
-¿No? ¿No? ¡Quince años pasaron! ¡Quince! ¿Y qué? Nada. Te esperé. Te esperé hasta que me harté de esperar. Soñé con este día por tanto tiempo, y ahora que lo tengo acá no sé qué hacer. Te podría confesar que en este momento lo que más deseo es matarte… Y hacerte sufrir, tanto como lo hiciste vos… ¡Pero no te entiendo! ¡Me dijiste que la magia se había perdido! ¡Si vos no sos feliz con tu vida, no me involucres! Lo nuestro fue. ¡Ya está! Cada uno hizo su vida… Un día te fuiste, me dijiste que me odiabas, me dijiste tantas cosas… ¿Y qué? Me dejaste, en un día como hoy, parada en la vereda, mirando cómo te ibas con las manos en los bolsillos, tan soberbio. Parecía que nada te importaba.
-Es que no me quedaba otra…
-¿No te quedaba otra? ¡No entiendo nada!
-No me quedaba otra, sí… ¿No te pareció extraño que te hubiera dejado de amar justo una semana antes de irme a vivir al sur? ¡Lo hice por vos!
-¿Por mí? ¡Dios! Explicate.
-Cuando me enteré de que mi papá me quería llevar a vivir al sur, no lo pude soportar. Es más, todavía hoy no lo soporto. De paso, mi papá murió hace unos cuatro años. En fin, cuando me dio la noticia no sabía cómo contártelo. Es más, estuve a punto de matarme. Pero si lo hacía… ¿qué pasaría con vos?
-Hubiese muerto con vos…- confesó.
-Lo sabía. Es por vos que no lo hice. ¡Y necesitaba una forma de desprenderme de vos! No sabía cómo decírtelo, y por ahí estuve mal en lo que hice.
-¿En decirme que lo nuestro había sido un error? ¡Después de haber estado dos años juntos! Después de confiarte mi vida, mis más profundos secretos… Me usaste. Así me sentí, una adolescente idiota usada.
-Nunca te usé.
-Fue la peor decisión que pudiste haber tomado.
-Lo sé. Y me arrepiento.
-¿Te arrepentís? ¿Ahora después de tanto tiempo?
-El tiempo.
-¿Qué?
-Nada, sólo pensaba en voz alta. Digo… el tiempo no cambió las cosas. ¿O sí?
-No sé que responderte… ¿Quince años tuviste que esperar?
-Vos podrías responder esa pregunta…
Ella negó con la cabeza.
-Por lo indeciso que soy. Debo reconocer que apenas llegué al sur no tenía ganas de hacer nada, no comía, no dormía… pero el tiempo pasaba y pasaba y yo ya había perdido completamente el contacto con vos. Si te llegaba a llamar, me habrías cortado. Si te mandaba una carta, la habrías roto. ¿Entonces qué? Entonces fue cuando comencé la universidad. Conocí a esta chica, Verónica, e intenté rehacer mi vida con ella. Es una mujer adorable, hermosa… pero ojalá la amase la mitad de lo que te amo a vos. Ya estaba resignado a vivir sin vos. Pero cuando Verónica quedó embarazada mi punto de vista de las cosas cambió. Me di cuenta de que no podía vivir sin vos, que hubiese dejado a mi mujer desde un principio, embarazada o no, para verte. Pero dudé, dudé mucho en hacerlo. Y finalmente tomé una decisión… te dije, no soy el mismo tonto de antes.
-¿Y yo?
-Vos sabrás. ¿Sos la misma de antes?
-No sé si soy la misma. No lo creo, cuando te fuiste cambié mucho. El día que me dijiste que “la magia había acabado” también estuve a punto de matarme. Aunque mi caso fue diferente; no lo hice pero no por vos, sino por mí. No me hubiese maltratado de esa forma por causa de alguien que me había usado. Entonces quise tomar venganza, y…
-Preferiría no recordar eso.
-¿A Marcos?
-Sí. Sabías bien que lo odiaba. Lo odiaba más que a vos en este momento. Lo odiaba más que a mi papá. ¡Era la peor persona en el mundo!
-¡Y fue por eso que lo hice! ¡No iba a quedarme con los brazos cruzados mientras vos me decías que no me amabas más, que todo había sido lindo mientras había durado! ¡Me sentí la peor persona en el mundo! Es por eso que me metí con él.
-Todo fue tan rápido…
-Tanto que las cosas se confundieron mucho. Ese mismo día que te fuiste, a la mañana, me encontré con tu amigo que me dijo que te ibas. Yo estaba con Marcos, pero lo dejé en ese momento. Necesitaba verte, entonces te fui a buscar a tu casa, ¿te acordás?
-Cómo me voy a olvidar de eso.
-Llovía como si Dios llorara por todas las penas del mundo.
-Era un día como hoy.
-Sí. Te toqué timbre y te asomaste. “¿Qué querés?”, me dijiste.
-“Necesito hablarte”, me contestaste.
-Agarraste un paraguas y saliste. Caminamos bajo el mismo paraguas por dos cuadras sin decir una palabra.
-Hasta que no aguantaste más y me preguntaste otra vez qué quería.
-Y me dijiste que te querías despedir y amagaste a besarme.
-Y me corriste la cara.
-Pegué la media vuelta y me fui, caminando, con las manos en el bolsillo, tan soberbio…
-Te odié tanto.
-Estaba llorando camino a casa. Lloré todo el día.
-¿Y yo cómo podía saberlo, si me trataste como la peor mierda en el mundo?
-No lo pude evitar, necesitaba despegarme de vos.
-Después soy yo la individualista.
-Te amo. ¿Vos todavía me amás?
-No puedo dejar de sentir tus manos acariciando mi espalda. No puedo dejar de sentir tu perfume. Mucho tiempo me pregunté por qué… y lo descubrí tarde, casada y con un hijo. Lo descubrí hoy, hace un rato. Sí, te amo. Pero ¿estamos haciendo bien?
-¿Haciendo bien? ¿Y eso?
-No sé, los dos casados… con hijos… ¿No sería inmoral?
-Inmoral sería seguir con nuestras vidas, sabiendo que nadie más podría ocupar el lugar del otro.
-Inmoral sería dejar a nuestras parejas así.
-Vámonos de la ciudad. Lejos, bien lejos.
-Mañana al mediodía.
Y se besaron. Con las mejillas doloridas, se abrazaron. Se sintieron adolescentes de diecisiete años otra vez. Sintieron la juventud de sus cuerpos recorrer cada rincón de la habitación. Y se demostraron todo el amor que habían acumulado en sus corazones por tanto tiempo, como dos chicos enamorados.

A la mañana siguiente la lluvia estaba peor. Al joven lo despertó un movimiento extraño en la cama. Era ella, poniéndose las botas.
-Mi amor… ¿vas a preparar las cosas?
Ella bajó la mirada, mientras subía el cierre del calzado.
-¿Qué pasa?
Volteó la mirada para verlo a los ojos azules.
-Me voy.
-¿Te vas? ¿Adónde?
-Me voy. Me voy de vos. No te quiero ver nunca más. Chau, ojos azules.
-¿Cómo es eso? ¡Anoche me prometiste que nos iríamos lejos!- dijo mientras se sentaba en la cama de un salto.
-Promesas, promesas… ¡Cuántas promesas rotas! Sos el menos indicado…
Ella se paró y se puso la campera.
Desnudo, saltó de la cama y corrió a la puerta.
-No te vas a ningún lado.
-Correte de la puerta.
-Sólo decime por qué me hacés esto…- dijo mientras ponía su peor cara de tristeza.
-Vos tuviste el derecho de dejarme sola, en un día como hoy, hace quince años. Estuve esperando este momento por mucho tiempo, como te dije, pero sólo para tomar venganza, me voy y te dejo con todo el amor, el mío también. Sí, te amo. Te amo como no pude haber amado nunca a nadie, pero me parece que las cosas no funcionan así. Te aparecés de un día para otro intentando modificar mi vida. Ya no sos el mismo que antes. No causás lo mismo en mí. Siento que estoy amando a un extraño… Aparte… te merecés esto y mucho más.
-Pero…
-Ahora no tenés nada para decirme.
-¡Pará! Tengo millo…
-No, no tenés nada que decirme- lo interrumpió -. Tomé una decisión. Y ni siquiera pensaba despertarte, quería que lo recapacitaras por tu cuenta, pero veo que todavía te sobresaltan los ruidos.
-Por favor…
-Correte. Me voy. Y nos vamos a volver a ver, sí. Pero cuando me toque a mí reflexionar y volver a vos. La próxima vez vamos a estar juntos, sin venganzas, pero no ahora. Cada uno cosecha lo que siembra. Vos sembraste odio. Y acá lo tenés.
Él se corrió de la puerta para dejarla pasar, sin antes darle un beso de despedida. De esos dulces que duran una eternidad. Ella pasó la puerta y se fue. Él sólo podía escuchar sus pasos alejándose.
Se sentó en la cama, más confundido que nunca. Con las manos en la cabeza y con frío en el cuerpo. Se sentía la persona más idiota del planeta. Ella lo había usado, sí. Y lo que era peor, se lo merecía… Él sabía bien que ella no lo amaba, que sólo lo había hecho para vengarse. ¡Y lo había hecho tan bien! No habría un reencuentro, no. Sólo habría penas en toda su vida…
Acercó una silla a la ventana y la abrió. Una ráfaga de viento congelado le invadió el cuerpo.

Mirando a lo lejos, recapacitando y pensando en ella, con una mano en el mentón, el joven murió, recordando su sonrisa radiante.

La joven salió de la habitación y corrió hacia la puerta del hotel. Se sentó en la escalera de entrada y lloró. Lloró por ese amor que había reencontrado después de tanto tiempo y que nunca había podido olvidar. Lloró porque se preguntó si había estado bien lo que había hecho. Lloró porque, de algún modo, se sentía bien con ella misma.

Lloró, se recostó en el escalón y así fue como murió, pensando en sus ojos azules.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

seba te adoro guacho, gracias por todo esto, me encanta qe este año nos llevemos tan bien, tanto qe aparte de las mañana, salimos todos juntos a la noche, te devo ver mas la cara a vos qe a mi mami jajaja te qiero guacho y aguante los buena ondaaaa, el sabado todos a jugar al sexomatic jaja

Anónimo dijo...

Buenísimo... me dí el tiempo de leer todo.
Me hace reflexionar sobre el término con mi único amor.

En fin, saludos.